30/10/08
Diario de a bordo (4)
La ola de Kanagawa es uno de mis cuadros preferidos. El tsunami, el fujiyama y las barcazas de cáñamo sortenado el temporal. Cada uno puede elegir ser en cada momento de la vida un tsunami arrollador, una montaña estable o una barca que se enfrenta el temporal.
El dolor es una de las experiencias humanas más dolorosas, y es la reacción natural ante cualquier pérdida. Es un proceso que nos permite adecuar nuestras vidas a una situación, nueva, inesperada, no buscada.
El tiempo de duración del dolor puede depender de muchos factores, desde algunas semanas o meses, a años enteros. Pero el proceso de digestión de la pérdida siempre pasa por las mismas etapas. No lo he consultado con ningún especialista pero en mi caso puedo definirlas de este modo:
1)Incredulidad. Al principio la respuesta de la familia, de los amigos y del entorno te submerge en un mundo extraño, en un limbo que llega a ser incluso cómodo. No formas parte de la realidad, porque no quieres ni por un segundo que esa realidad sea real. La pérdida no es asumida y te quedas colgada en una nube, en una niebla espesa.
2)Rabia y culpabilidad. Una vez la niebla empieza a disiparse empieza la culpa y la rabia. No necesariamente por este órden. ¿Podrías haber hecho más? ¿Podrías haber dicho todo lo que querías decir? ¿Si hubiésemos reaccionado antes ante los signos evidentes de que algo no iba bien a lo mejor las cosas no serían así? ¿Por qué a él? ¿por qué a mi? Dios, ¿por qué no se muere Bin Laden?
3)Depresión. A los tres o cuatro meses (cinco en mi caso) llega la depresión. Es cuando la realidad de la muerte se instala en tu mente y, cómo no, en tu corazón. La ausencia total y absoluta. ¿Con quién puedes hablar ahora? ¿quién va escucharte? Nadie puede entenderte. Es el tiempo de estar sólo. No ayuda saber que otros han pasado por lo mismo. Lo normaliza pero no lo resuelve.
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