
Wilhelm Schrefler (Merano, 1905- Vipiteno, 1979) fue siempre un extranjero de sí mismo. Luchó como soldado austro-húngaro en la I Guerra Mundial, la derrota le convirtió en ciudadano italiano (tras la anexión del Alto Adige), en 1935 pasó a llamarse Guglielmo Sandri, luchó en Etiopía, y en 1937 se alistó como voluntario del Ejército de Mussolini para luchar contra la República Española. Estuvo dos años y medio en España; era teniente, hablaba alemán, y hacía fotos. Sin parar. Y no por encargo, sino por afición.
Ahora, el Instituto Cervantes de Roma y el Casal Municipal de Arnes (Tarragona), uno de los lugares por los que pasó el soldado, exponen una selección de 100 imágenes. La rara sensibilidad del legionario no sólo ilustra la vida cotidiana en el frente, sino que documenta la masiva y crucial (y hoy casi olvidada) participación del fascismo italiano en la Guerra Civil.
Sandri formó parte del contingente de más de 76.000 soldados y milicianos que la Italia mussoliniana envió a España desde diciembre de 1936, en virtud de un acuerdo secreto firmado con Franco, que había sido precedido por la ayuda prestada al puente aéreo Marruecos-Andalucía del 30 de julio. Mussolini reunió a 43.000 militares, 32.000 milicianos y 5.550 hombres de aviación, según cuenta en el catálogo el historiador Alfonso Botti.
Muchos no fueron exactamente voluntarios, porque se les ofrecía una paga al contado de 3.000 liras. El teniente Sandri se alistó en el llamado Corpo Truppe Volontarie (CTV), al mando del coronel Gambara, y se embarcó en Gaeta el 6 de febrero de 1937. Iba enrolado en el Segundo Regimiento de la División Littorio. Y llegó a Cádiz el día 11. Su autorretrato, con capa y boina, deja ver sobre la frente la terrorífica calavera que hoy está prohibida en los campos de fútbol.
La aventura de Sandri y su obsesiva acumulación de imágenes, debería servir para acabar con el mito, tan extendido ahora, de que el fascismo italiano fue en el fondo un sistema paternalista y contenido. Todo lo contrario: fue una Italia agresiva y expansionista.
El ojo de Sandri es a la vez vencedor y espectador. Siempre sobrio y limpio, la riqueza de su material reside en la amplitud de la mirada. Es como un turista de paseo, como un periodista que toma nota. Se asoma a los limpios cuarteles italianos, con una frase de Mussolini pintada en la pared ("Quien teme a la muerte no es digno de la vida"); capta a los niños españoles aprendiendo a hacer el saludo romano; sigue las procesiones del Corpus en las que toman parte soldados italianos; refleja la huida de los campesinos y los lugareños de pueblos ocupados; filma desde lejos el ataque a una colina, retrata a los soldados bersaglieri ciclistas, a los soldados marroquíes, los caminos en la nieve, los puentes destruidos, el barro y el frío. Una guerra salvaje, casi idealizada: Quizá fue censura, quizá autocensura, es difícil saberlo.
Las fotos se recuperaron de milagro. Vivieron en la sombra durante más de medio siglo. En 1992, una joven de Vipiteno, Samantha Schneider, las encontró en una caja, junto a un cubo de basura, sin ninguna referencia de su autor. La mujer de Sandri acababa de morir, y su casa debió ser desmantelada por el dueño. En 2004, el Archivo Provincial de Bolzano compró los fondos; se puso a investigar, localizó gracias a supervivientes italianos de la Guerra Civil al austro-húngaro desconocido, luego a su doble italiano, encontró a sus familiares, resultó que tenían los negativos, y se puso en contacto con el Museo de Historia de Cataluña, que organizó la primera exposición. Ahora, después de visitar Bolzano, la memoria del fascismo se conoce un poco mejor también en Roma y en Arnes (Terra Alta).
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